Aniversario de la muerte de Yasser Arafat, uno de los gestores del Pacto de Oslo

Por Claudio Colombo

13 años atrás fallecía el fundador de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Arafat. El 28 de setiembre del año pasado moría Shimon Peres, último sobreviviente de la generación de los fundadores del Estado de Israel y, junto a Arafat y Yitzhak Rabin, uno de los gestores de los acuerdos de Oslo de 1993.
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Peres se encargó de garantizar la rendición política de quien fuera el máximo dirigente del pueblo palestino, cuando este se comprometió a abandonar la vieja consigna que dio lugar a la fundación de la OLP: la destrucción del Estado de Israel con el objetivo estratégico de construir otro estado, de carácter “Laico, Democrático y No Racista”.

Arafat hizo esto a cambio de gobernar un territorio mínimo, ubicado en la Franja de Gaza y Cisjordania, dependiendo económica y políticamente del estado sionista, ya que Israel nunca permitió el desarrollo autónomo de estos territorios, hostigándolos y bloqueándolos permanente y sistemáticamente.

No es casualidad que Shimon Peres se haya ocupado de concretar este pacto siniestro, ya que siempre fue un enemigo del pueblo palestino. ¡Cómo no serlo, si formó parte de la banda sionista que se ocupó de masacrar a los habitantes originarios de Palestina, para imponer un estado de fascista y guerrerista: la organización paramilitar Haganá!

El acuerdo contrarrevolucionario de Oslo cierra el círculo abierto con los pactos de Camp David en 1978, firmados por el presidente egipcio Anwar el-Sadat y el primer ministro israelí Menachem Begin tras doce días de negociaciones secretas con la mediación del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter.

Israel se comprometió a abandonar los territorios ocupados en la Península de Sinaí, pertenecientes a Egipto, y a establecer un calendario al servicio de negociar el establecimiento de un régimen autónomo en Cisjordania y la Franja de Gaza, a cambio de que e-Sadat reconociera la existencia del estado sionista.

Debido a estas negociaciones, Egipto fue el primer país árabe que reconoció la soberanía sionista en el enclave impuesto de manera artificial denominado Israel. El presidente egipcio pagó caro esta capitulación, ya que a los pocos años, en 1981, fue asesinado en el marco de un desfile militar que encabezaba.  

Luego de haber jugado un papel progresivo en la lucha contra el estado de Israel a través de la OLP, Yasser Arafat terminó traicionando el programa de esta organización, favoreciendo la consolidación del sionismo y el avance de los grupos musulmanes más reaccionarios, como Hamas o la jihad Islámica, que aprovecharon la capitulación de la OLP.

En este nuevo aniversario de la muerte de Arafat y a pocos días de la conmemoración del fallecimiento de Shimon Peres, es necesario recordar el carácter del Estado Sionista de Israel, para comprender el carácter contrarrevolucionario de los acuerdos que firmaron estos personajes en 1993 en la capital de Noruega:

Sionismo y fascismo, dos caras de la misma moneda

Los judíos no son una raza, sino descendientes de un “pueblo clase” que fue creciendo y desarrollándose en sociedades previas al capitalismo alrededor de actividades comerciales, como los fenicios y los lombardos. La religión les dio una gran cohesión social.  

Con la llegada del capitalismo los sectores más poderosos -como Rothschild o Hirsh- se acomodaron rápidamente dentro de la burguesía imperialista, mientras que los sectores más plebeyos se incorporaron al proletariado y la pequeña burguesía baja europea y de otros países.  

Allí comenzó una pelea por el liderazgo de los sectores populares entre la izquierda revolucionaria -que les ofrecía una perspectiva socialista- y el sionismo que les proponía “huir del peligro subversivo” y las masacres perpetradas por los antisemitas, emigrando a las tierras bíblicas.  

Según el sionismo constituían un “pueblo sin territorio” que debía marchar hacia un “territorio sin pueblo”. Inglaterra se hizo cargo ofreciéndoles la colonización de Palestina, a través de la declaración del ministro de relaciones exteriores Balfour en 1917.  

Cuando finalizó la Primera Guerra los imperialistas se repartieron las posesiones de los derrotados –alemanes, austríacos y turcos- dejando a Palestina en manos de Inglaterra, que promovió la emigración de colonos judíos para usarlos como fuerza de choque, empleados y gerentes de sus empresas. 

Los sionistas, con personajes como Shimon Peres a la cabeza, organizaron las bandas fascistas Haganá, Stern e Irgun y la central obrera racista Histadrut para combatir a los palestinos, derrotándolos luego de la huelga general de 1936 -que duró seis meses- y un largo proceso de luchas que culminó en 1939. 

Cuando finalizó la Segunda Guerra y EE.UU. se transformó en dueño del mundo los sionistas se aliaron con los yanquis y estos -junto a los rusos- les garantizaron la partición de Palestina el 14 de mayo de 1948. Los árabes denominan al 15 de mayo como Nakba o “catástrofe”. 

Limpieza étnica y fascismo 

Con la Nakba se profundizó la expulsión de los palestinos, que en 1949 eran más de un millón viviendo en campos de refugiados de los países árabes. Para consumar esta política, denominada de “transferencia”, las bandas judías asesinaron a miles. 

Además usaron dos leyes, la de “propiedades de las personas ausentes” y la del “retorno”. Con la primera confiscaron los bienes de los que huían debido a las persecuciones y con la otra hicieron “retornar” a miles de judíos que nunca vivieron en Palestina para hacerse cargo de las posesiones de los “ausentes”.   

Esta política es como la que proponía uno de los ideólogos del colonialismo británico -Cecil Rhodes- quien decía que la “mejor manera de solucionar los problemas de los pobres era llevándolos a África para explotar a los nativos y ocupar sus tierras”. 

Luego de la derrota de 1939 el pueblo palestino continuó resistiendo y en 1964 puso en pie la Organización para la Liberación de Palestina, una coalición de movimientos considerada por la Liga Árabe como la “representante legítima del pueblo palestino”.  

Su programa planteaba la destrucción del Estado de Israel con la “lucha armada”, el retorno de los refugiados y la autodeterminación de los palestinos, adoptando después la idea de fundar un estado propio laico, democrático y no racista en territorios que van desde el Río Jordán hasta el Mar Mediterráneo.  

En 1993 su líder Yasser Arafat traicionó este programa aceptando al estado sionista a cambio de que este reconociera a su organización; iniciando así los Acuerdos de Oslo que terminaron beneficiando a Israel, que se quedó a cargo de los asuntos exteriores, la defensa nacional, las fronteras y la seguridad de Cisjordania y la Franja de Gaza. 

En Oslo se consensuó la creación de un autogobierno -la Autoridad Nacional Palestina- transfiriéndole algunos poderes y controles sobre Cisjordania y Gaza, como la educación, cultura, salud, bienestar social y el turismo. 

Intifadas y nueva derrota del ejército israelí

La primera Intifada fue el levantamiento de 1987 en Franja de Gaza y Cisjordania que empujó a los dirigentes de la OLP a negociar los acuerdos de Oslo. La segunda, que comenzó en 2000 fue un largo proceso que culminó con la derrota del ejército sionista en 2006 en Líbano, por parte de Hesbollah.

Ocho años después el heroísmo del pueblo de la Franja de Gaza desató un nuevo levantamiento en Cisjordania, que conmocionó a millones de personas de todo el mundo que ganaron las calles para repudiar a los sionistas en las principales capitales del mundo. 

La retirada del ejército israelí, que según los propios analistas judíos significa una “derrota” porque no pudieron conseguir sus principales objetivos -acabar con las milicias y amedrentar a los palestinos- se logró gracias a una combinación explosiva entre la resistencia armada de los gazatíes y las poderosas movilizaciones mundiales.

La derrota del ejército sionista, en el marco de la denominada “Primavera Árabe”, empujó a los pueblos oprimidos de Medio Oriente a dar un salto de calidad en su lucha contra los gobiernos opresores, principalmente a los kurdos, que organizados en milicias populares conquistaron el territorio del Norte de Siria, o Rojava, construyendo sus comunas, organizadas y dirigidas por asambleas populares.

Los revolucionarios consecuentes luchamos, junto con la destrucción del aparato institucional sionista, por una Palestina Laica, Democrática y No Racista, cuya única manera de construirse es a través de un Estado Obrero y Socialista en el marco de una Federación de Estados o Regiones Autónomas Socialistas de Medio Oriente. 

Para avanzar en ese sentido será necesario echar al imperialismo de la región y acabar con los gobiernos burgueses cipayos de Turquía, Irán, Irak, Siria, Jordania, etc. mediante la movilización obrera y popular.

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